lunes, 4 de enero de 2010

Icaria

Hace muchos años, en uno de mis largos viajes llegué a una ciudad cuyo nombre no llegue a conocer.
Pronto me tope con una multitud que no me dejaba cruzar la calle, se oían gritos, golpes...Parecía que animaban a alguien, o quizás al contrario, trataban de desanimarle
Conseguí abrirme paso entre la gente, pero antes de ver que sucedía, una voz me hizo mirar atrás, una pequeña niña tiraba del vestido a su madre y gritaba:
¡Pero mamá! ¡Se le están deshaciendo los pies! ¡Me da miedo! ¡¿Por qué no para?!
La madre, sin respuesta alguna se limitó a coger a su pequeña y tratar de taparle los ojos.
Me decidí a mirar.
La arena, la arena del suelo se confundía con sus pies. Y no por ser del mismo color.
Se confundía porque sus pies se estaban convirtiendo en arena, salpicando.
Parecían serrín.
Y sin embargo, no había dolor en sus ojos, sino una mirada de determinación, que realmente, daba miedo.
Había motos siguiéndole, brazos tirando de él para que frenara...pero no lo hacía.
Un hombre mayor, intentó aclarar la situación:
Señores, señoras, niños.... Cálmense. Simplemente le han dicho que si corría llegaría a Icaria.

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