jueves, 1 de julio de 2010

Exilios voluntarios.

- ¿Cuándo te vas?
El viernes. Primero a Cáceres y luego a Francia, pero volveré en agosto.
- ¿Y Joel?
Seguramente el viernes también. De vacaciones con su padre y luego a Suecia.

Y así es como tranquilamente uno abandona su casa.
Son casos distintos.
Perspectivas completamente distintas.
Y no puedo imaginarme el caso que no es el mío.

Pero yo he siento que he terminado con Madrid.
Al menos por un tiempo.
Mañana me voy al campamento, el lunes a Francia, y volveré un mes más tarde.
Pero siento que ya no me ata nada aquí.
Madrid se va poblando de recuerdos, pero desaparecen los planes.
¿Para qué empezar algo que no vas a acabar?

Y así, empiezan a aparecer muchos madrides.
El Madrid de mi infancia, caluroso, con parques, con colegios, y con bocadillos de mantequilla con azúcar.
El Madrid del Cervantes, con pipas, batidos, salidas y telepizzas. Con piscinas y pasillo verde.
Y el último Madrid.
El Madrid intenso de los últimos seis meses, que prácticamente se resume en este cuarto de paredes blancas con postales colgadas.
Si tuviera que pensar en un lugar que defina estos meses, es tu habitación, que eres tú.
Y la de horas que hemos pasado aquí.
Pero ha sido mucho más Madrid.
Se me hace completamente lejano aquel día de abril en el que comí con Cecilia en el Retiro.
Se me hace ya muy lejano el día de la llamada para decirme que estaba preseleccionada,
estaba en clase de matemáticas, completamente pendiente del móvil, temblando, pensando en la India, en Hong Kong.
Y se pasa todo.
El tiempo corre a veces muy deprisa.
Y tengo tantos deseos que no me llegan las pestañas.
Y quiero que sea ayer, mañana, dentro de un mes, dentro de tres, dentro de un año.
Quiero que sean muchos días para aprovecharlos todos.

Pienso y parece que me consuela, que queda mucha vida por delante.
Es increible tener que pensar en eso con dieciséis años.
Pero las separaciones largas hacen eso.
Y no es lo mismo con mis padres,
ellos, como Madrid,
son la cuna,
son todo lo que me ha hecho ser quien soy.
Y por supuesto que extrañar, lo haré.
Pero es un sabor de boca distinto.
Es el curso natural de las cosas.

Pero hay sentimientos que parece que deberían sobreponerse a todo.
Que deberían primar.
Y por tanto, sólo queda consolarse con que queda mucha vida por delante para cumplir las promesas, de otro modo, perdidas.

Y me retratarás desnuda, viajaremos a Nueva Delhi, compartiremos piso, y subiremos una montaña juntos.
Me llevarás a Buenos Aires, y te bailaré cumbia. Nos llamaremos por Skype a horas distintas.
Y nos iremos a un lago a nadar.
No hemos nadado juntos, ¿sabes?
Faltan muchas cosas por hacer.
Y quedan amplios años para hacerlas.

Ahora nos tenemos que prometer algo que ya es seguro,
y es que vamos a ser felices.
Yo te lo prometo,
aunque tu recuerdo me haga contar las horas para verte,
voy a disfrutar cada segundo que este allí.
Creciendo, conociendo gente, aprendiendo, conociendo mundo.
Voy a ser feliz,
y voy a andar con la sonrisa que siempre he llevado puesta.
Estas lágrimas son, no las últimas, pero si las últimas con algo de tristeza.
Porque ya lo hablé una vez, puedes extrañar a alguien,
pero eso no significa que no estés feliz con estar separado en ese momento.

Así nos vamos deshaciendo de los miedos.
Aprendiendo de lo que deseamos.
Y tenemos esperanza.

Supongo que esto era algo que nos faltaba por aprender.
Una patada a nuestra orgullosa independencia.
¿Nosotros sufriendo por un cambio?
Tú, por tus razones.
Yo, porque a pesar de no haberme separado jamás así de mis raices,
estaba segura de verlo con ese prisma de naturalidad,
que no me causaría más que un par de lágrimas.
Y sin embargo, de repente llegó este sentimiento sin cordura,
que me ha hecho replantearme muchas cosas.
Todos nos volvemos igual de lloricas cuando nos enamoramos.
Ahora bien, uno tiene que decidir si quiere que esas lágrimas le perjudiquen, o le enseñen.

No hay comentarios: